Posteado por: Fray Rabieta | 6 abril 2010

El buen combate

Si la trompeta no da sino un sonido confuso,

¿quién se preparará para la batalla?

(I Cor. XIV:8)

 

Soporta conmigo los trabajos

como un buen soldado de Cristo Jesús.

 (II Tim. II:3).

 

  Aunque vivimos en la carne no combatimos según la carne.

(II Cor. X:3)

 Mis admirables pelandrunes:

San Pablo lo quería a Timoteo comportándose como “buen soldado”. Y eso no quería decir que fuera a tener que pelear “carnalmente”, ni hacerse milico ni cosa parecida. Pero sí apela a una imagen—la del buen soldado—que connota disciplina, austeridad, sentido jerárquico, coraje, espíritu de sacrificio y el sentido de honor de un buen militar. Porque como ya la había anunciado Job, “milicia es la vida del hombre sobre la tierra”. Contra malicia, milicia, que se decía antes. Así que, váyanlo sabiendo mis estimados palurdos, así tienen que ser los cristianos dendeveras. Ser “buenos profesionales” (como los del Opus, je, que generalmente son «buenos banqueros»), ser “buenos vecinos” (como los de la Parroquia “Tratémonos Dulcemente”), ser “buenos estudiantes” (como… bueno, hay pocos de esos) y “buenas amas de casa”—todo eso está muy bien, pero no es eso lo primero, no es lo fundamental.

A lo largo y a lo ancho del Nuevo Testamento, muy a menudo uno se anda topando con soldados, centuriones, espadas, uniformes,  voces de mando y sonidos marciales. Es que, como se sabe, Palestina era territorio ocupado por militares romanos y andaban pululando por el país, encabezados por el burro negro de Pilatos.

Ahora bien, de buenas a primeras uno pensaría que no era estrictamente necesario que Nuestro Señor, y San Pablo, y los evangelistas todos y Lucas en los Hechos de los Apóstoles y Juan en el Apocalipsis se vieran obligados a recurrir a esa específica imaginería—de hecho, en los sagrados textos abundan otras imágenes como los lirios del campo, los pastores de ovejas, relámpagos en el cielo y tormentas en los mares, fiestas de casamiento y mucho más. El Nuevo Testamento rebalsa con una copiosa imaginería poética, y se podrá hallar de todo un poco.

Pero no hay cómo negarlo: hay mucha militaria también: comparar la palabra de Dios con una espada de dos filos, que Jesús, el manso y humilde de corazón diga que no había venido a traer la paz a este mundo sino la espada, que San Pablo analogue su ministerio a un “buen combate” una y otra vez, que analogue la fe a un escudo, que la perseverancia final no es sino una victoria… militar. Por no mencionar el Apocalipsis, libro misterioso que prácticamente no parece hablar más que de guerras y batallas cósmicas.

Desde luego, todas las analogías renguean, y no hay por qué tomarlas al pie de la letra. Pero tampoco se pueden quitar del todo, que por algo están allí. Ya me sé demasiado bien que a nuestros contemporáneos los muy bestias de la modernidad, no se les hace fácil el pensamiento simbólico (en rigor, ningún pensamiento, ja), y entonces echan al olvido toda esta imaginería como si fuera cosa del pasado, demodé, caduca, que nada tiene para decirnos en los días que corren y así suprimen muy tranquilamente enormes cachos de las Escrituras con todas sus enseñanzas y recomendaciones. Acaso como la de San Pablo, a los hebreos:

Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate, unas veces expuestos públicamente a ultrajes y tribulaciones; otras, haciéndoos solidarios de los que así eran tratados. Pues compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa. (Heb. X:33-35)

¿Y bien? Me canso de ponerles delante más y más ejemplos de lo que digo, pero no hay cómo discutirlo, que los cristianos tienen una concepción militar de la vida cristiana—y si no, no son cristianos, mal que le pese a los pacifistas, a los progresistas, a los demócrata-cristianos y los cristianos de letrerito.

¿Por qué? A ver si alguno de ustedes puede adivinarlo, por qué sostenemos  e insistimos en una concepción militar de la vida cristiana. No es tan difícil de ver, pero como se esconde esto cuidadosamente, no haremos mal en recordar cuatro verdades de a puño.

Y en primer lugar, que el hombre cuando viene a este mundo aterriza en medio de una guerra feroz entre Luzbel y Cristo. Oigamos al gran Castellani que sobre esto se explayó magníficamente en su “Parábola del Fuerte Armado”:  

Cristo dijo que el diablo en la tierra era el “Fuerte Armado” y defendía su casa; es decir que el Reino del Diablo estaba fuertemente fortificado en el mundo; y que Él, Cristo, había venido a vencerlo y desarmarlo. Cristo lo apellidó sin exageraciones, sin duda, el Fuerte, el Príncipe de este Mundo, el “Poder” o el Monarca de las Tinieblas; y ese poder lo sintió en sí.

 ¿Lo sintió en sí? Claro que sí, como que anticipa la hora del diablo y el poder de las tinieblas una y otra vez, antes de su pasión. ¿Y bien? Bueno, los cristianos tipo “Tratémonos dulcemente” niegan la existencia misma del diablo—y dicen, por tanto, los muy tarados, que no hay guerra. Y como decía el profeta Jeremías, gritan “Paz, paz y no hay paz”, qué va a haber.

En segundo lugar, mis dormidos sotretas: en una guerra como esta, la de Cristo y el diablo, es muy difícil no tomar partido, hacerse el sonso. Yo no soy muy jesuita ni cosa parecida, pero la meditación de San Ignacio llamada «de las dos banderas» sobre Cristo como Gran Capitán convocando a quienes quieran pelear por Él y del otro lado “sentado en su cátedra de fuego y humo” el diablo, haciendo otro tanto, es imagen perfecta de lo que decimos. Por supuesto que la inmensa mayoría de los cristianos—y de los que no lo son ¿qué diremos?—se quieren hacer los sonsos, hacen oídos sordos a estos llamamientos, niegan que hay ninguna guerra en curso y se dedican muy contentos a sus negocios, olvidándose la específica recomendación de San Pablo:

Ninguno que milita como soldado se deja enredar en los negocios de la vida. (II Tim. II:4).

 Y sí, conocemos demasiados cristianos o que nunca militaron o que dejaron de militar y les pasó exactamente eso, demasiados… son legión.

De manera que… tengo que ir terminando con esto que no hay mucho por agregar y ando con un ataque de hígado. Primero, hay una guerra. Segundo, hay que tomar partido. Y tercero, el que quiera hacerse el sonso, el pacifista, el “yo argentino”, el de «alma misionera» que anda llevando de aquí para allá sus “ganas de vivir”, de hecho, in fact, le hace el juego al enemigo.

Porque sigue vigente, y lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos la convocatoria de Santa Teresa de Jesús, la Grande:

                                    Todos los que militáis debajo desta bandera,

                                    ya no durmáis, ya no durmáis,

                                   que no hay paz sobre la tierra.

 Ahora, mis abominables gandules, si no creéis que hay una guerra, que no hay ningún estandarte debajo del cual combatir, que no hay un Jefe a seguir, que no hay un buen combate—háganme el favor, se los ruego, y háganse budistas o hippies o maricones, qué sé yo. Pero no digan que son cristianos, porque no lo son, qué van a ser.

Y de martirio, ni hablar, ¿eh?, qué quieren que les diga…

 

 *  *  *


Respuestas

  1. Observador vos te referís al libro de Melania seguramente pero Bloy cita permanentemente la Aparición de la Salette.Saludos.

  2. Recomiendo leer la carta de los mártires de las Iglesia de Lión y Viena.

    El transporte del mártir se encuadra en un rígido pugilato, en una tensa agonía entre mandinga y Cristo, verdadero mártir y vencedor en la muerte del cristiano confeso.

    Recomiendo leerlo, principalmente en momentos de tentación: inspiran fe y fortaleza en medio del fragor.

  3. Ese libro de Bloy no es bueno.
    Por otro lado, «ojo» con La Salette, que es argumento repetido del sedevacantismo o, de su variante: el sedeocupantismo pero por el mismísimo anticristo (por eso de La Salette de que «Roma será la sede del anticristo», luego el Papa que reina en Roma lo sería).
    Es una revelación privada, muy importante, y reconocida por la Iglesia; pero hacer de ella un estandarte puede manijearnos hasta llevarnos a una situación de cisma. Y el cisma es «pecado grave», no venial.

  4. Que se mejore del hígado Vuestra Paternidad. O para que no parezca que le trato con dulzura: ¡no se mejore!, que así arreará fustazos con más rabia. Que se pasa usted de blando, Fray Rabieta, mire que a lo tibios los vomitará Dios.

  5. El Buen Combate como el del Padre Merrin.Que difícil es hacerle entender a esos idiotas que creen estar en el Buen Combate que estan en el Mal Combate dentro de la Iglesia y combaten a Dios y están el las filas del Príncipe de este mundo.Y tengo que volver a La Salette por ahí va la cosa.
    El único que la tomó esa aparición como estandarte fué León Bloy.


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